29 sept 2013

SAN AGUSTÍN, UN EJEMPLO QUE RECONFORTA


SAN AGUSTÍN fue el primer hombre que escribió sus memorias íntimas, a las que tituló “Confesiones”. Por ellas se sabe que en su juventud fue un gran pecador. Cuenta en su autobiografía que cuando niño fue sorprendido en el peral de un vecino, comiendo fruta:
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó el vecino, furioso.
—Comiendo manzanas —contestó el santo.
—¡Mientes! —dijo el vecino—. Este es un peral.
—¿Y no puedo haber traído las manzanas en un paquetito? —replicó Agustín.

Pero estaba comiendo peras, peras robadas. Este pecado amargó a San Agustín hasta su muerte. En sus “Confesiones” dedica siete capítulos a lamentar este robo.
Mas no fue este affaire de las peras lo único que debió lamentar el ilustre teólogo.
A los dieciséis años de edad, viajó a Cartago. De lo que allí vio e hizo, dice en sus “Confesiones”: “Todos a mi alrededor hervían en una caldera de amores ilegales. Yo no amaba todavía, pero amaba el amor... Amar y ser amado era dulce para mí; manché, por eso, la primavera de la amistad con la inmundicia de la concupiscencia y oscurecí su fulgor con el infierno de la lascivia.

Pero no se crea que San Agustín era un pecador sin conciencia. No. Su conciencia le atormentaba sin cesar, y constantemente pedía a la Divinidad: Señor; dame castidad y continencia, pero todavía no.
De tanto pedir castidad y continencia, le fueron concedidas. En la religión y en la filosofía encontró una paz interior que antes no había conocido, y un campo enorme al cual entregar su saber y su envidiable energía.

San Agustín es, sin duda, a causa de su redención, un ejemplo que reconforta. Todos debemos aspirar a componer nuestra conducta de manera tan radical como él. Yo os invito, lectores míos, a que os alejéis de las tentaciones carnales, como San Agustín, para lo cual debéis ayudaros con estas palabras suyas “Señor, dame castidad y continencia, pero todavía no”. El método es infalible. Os, aseguro que, con este sistema, antes de cumplir setenta años seréis tan castos como un recién nacido.
Durante la segunda mitad de su vida, San Agustín escribió numerosas y profundas obras, en las cuales mezcló las enseñanzas de Jesús con las doctrinas de los aristócratas esclavistas Platón y Aristóteles. Bajo el alud de pensamientos reaccionarios de esos dos griegos, las palabras revolucionarias de Jesús quedaron sepultadas.


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